Es ampliamente difundida, y además conocida, la verdad acerca de la incidencia de ciertos gases, emitidos a la atmósfera producto de actividades desarrolladas por el hombre, en la potencialización e incremento del efecto invernadero, que en forma natural permite la existencia de condiciones climáticas aptas para la vida. Dentro de esa gama de gases, quizá, el de mayor incidencia en los actuales momentos, dado su gran volumen de emisión y su capacidad de permanencia en el aire, es el Dióxido de carbono (CO2). Este ha pasado de una concentración en la atmósfera de 280 ppm (partes por millón)*, en la época preindustrial, a 380 ppm en la actualidad, lo que, desde luego, es impresionante si se tiene en cuenta que este margen de variación supera el de los últimos 650.000 años por causas naturales.