Vivimos en un mundo de asimetrías y divisiones, al vaivén de las leyes del mercado que obstaculizan el desarrollo de muchos e incrementan el de unos pocos. Un mundo donde predomina la civilización del desperdicio, donde los recursos con los que contamos – naturales, humanos, económicos, en fin – son manejados como inventarios ilimitados destinados al consumo desmedido y a la venta al mejor postor.
Somos un planeta que se mueve a la par del discurso económico de las grandes potencias. Ese mismo que resuena de cumbre en cumbre, de foro en foro, adornado por actos protocolarios solemnes y dotados de gran riqueza léxica y emotiva, pero estéril a la hora de materializarse en soluciones efectivas a los problemas estructurales de los que adolecen las mayorías.
Ha sido así durante mucho tiempo y sigue siéndolo en nuestros días sin importar el tema a tratar, ya sea la ayuda humanitaria a los miles de desplazados y refugiados por culpa de los enfrentamientos tribales o de las sequías severas del África subsahariana, la finalización de las guerras que se libran en Irak y Afganistán por ocupación de tropas occidentales, la actual crisis financiera que nos asiste por la laxitud de los controles de los organismos pertinentes y el desenfreno especulativo y rentabilistico de los defensores del neoliberalismo y su hijo el “libre mercado”, o el cambio climático actual impulsado en gran parte por la derrochadora forma de vivir de aquellos que tienen como vivir y como derrochar – los mismos del discurso -.
La característica básica a la hora de tomar decisiones trascendentales para el destino de muchos -los afganos, los iraquíes, los africanos, el planeta entero- es la lentitud. Lentitud que prolonga el hambre de muchos y condena a otros al zumbido de las balas, lentitud tal vez incentivada por beneficios económicos –el petróleo de Irak, el opio de Afganistán o la continuación prolongada de la excesiva explotación de combustibles fósiles como motor de crecimiento económico-, lentitud que nos conduce, en últimas, al desastre –económico, social, político, climático-. Los mismos intereses que predominan a la hora de tomar decisiones a escala global, son los mismos que, a escala regional, limitan el desarrollo, incentivan la concentración antes que la distribución y agudizan las asimetrías expandiendo la brecha que separa a los que tienen mucho de los que tienen demasiado poco.
Es hora de cambiar de dirección, no se pueden seguir priorizando los intereses desmedidos de una parte en detrimento del derecho libre y digno de muchos de forjarse su propio desarrollo y vivir en condiciones adecuadas. Y es aquí, en este marco, donde se debe resaltar la importancia de la lucha contra el acelerado cambio climático que nos asiste hoy.
Las observaciones directas recientes aportan evidencias de que el calentamiento del sistema climático es inequívoco:
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Once de los últimos catorce años se encuentran entre los doce años más calurosos de los registros instrumentales de la temperatura global en superficie.
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Nuevos análisis de las mediciones con globos meteorológicos y satélites de la temperatura de la troposfera inferior y media muestran ritmos de calentamiento similares a los del registro de temperatura en superficie.
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Observaciones realizadas desde 1961 muestran que la temperatura media de los océanos del mundo ha aumentado hasta profundidades de, al menos 3000 metros y que el océano está absorbiendo más del 80% del calor añadido al sistema climático.
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El nivel medio del mar en el mundo se elevó a un ritmo de 1.8 milímetros anuales desde 1961 a 2003.
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Las temperaturas medias árticas aumentaron casi el doble que la media mundial durante los últimos 100 años.
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Los datos satelitales desde 1978 muestran que la extensión media anual del hielo marino ártico ha disminuido un 2.7% por decenio.
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Se han observado sequías más prolongadas y más intensas en áreas más extensas desde el decenio de 1970, particularmente en los trópicos y en los subtrópicos.
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La frecuencia de fenómenos de precipitaciones fuertes se ha incrementado en la mayoría de las áreas terrestres, en concordancia con el calentamiento y los aumentos observados en el vapor de agua atmosféricos.
El cambio climático es, sin duda, un factor decisivo que determinará el desarrollo humano de esta y las futuras generaciones. La manera en que lo enfrentemos hoy tendrá un efecto directo en las perspectivas de desarrollo de un gran segmento de la humanidad mañana.
No tiene sentido seguir esperando. Las medidas para combatirlo no pueden quedarse en la simple retórica a la que nos hemos acostumbrados. No hay razón para seguir persistiendo en las mismas prácticas de desarrollo que han venido minando la capacidad de muchos sistemas físicos y biológicos de autosostenerse, no hay razón para cortar los esfuerzos de muchos a costa del beneficio de pocos.
Las medidas que tomen los países en desarrollo, que contribuyen en menor medida a la problemática, para contrarrestar las consecuencias del cambio climático no surtirán efectos sino lo hacen los países desarrollados que son los principales actores. El cambio climático nos inmiscuye a todos y como tal, la lucha para contrarrestarlo se debe dar mediante el consenso general de todos.
Ojala las nuevas medidas tomadas por la Unión Europea para hacerle frente al fenómeno se lleven a la práctica y surtan efectos. Ojala no sean presa del incumplimiento injustificado que por experiencia conocemos.
Fuente: Cuarto informe de evaluación sobre cambio climático. Grupo De trabajo I. IPCC
Nelson Vásquez Castellar
www.elobservadorm.blogspot.com
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