Desde muchos foros se mantiene que las estelas de condensación de los aviones son en realidad pruebas de la dispersión de productos químicos o biológicos tóxicos, que se esparcen siguiendo un plan para destruir a la Humanidad. El asunto se ha convertido en algo más que un bulo de los típicos que circulan por Internet: ya es una creencia, a veces muy arraigada, que va creando una comunidad de personas adeptas cada vez más activas.
Uno de los efectos de la llamada sociedad de la información, de la mano de las nuevas tecnologías y, en especial, de Internet y sus innumerables blogs y foros, es la facilidad con que se propagan todo tipo de ideas y creencias, posiblemente por una especie de fe ciega hacia la máquina que genera información. Entre los temas que circulan por esa maraña de canales de información figura el fenómeno de los chemtrails, una palabra de origen anglosajón que es una contracción de chemical (químico) y trail (rastro), por lo que esta expresión viene a significar en español “rastro químico”.
Si usted quiere ver un chemtrail nada más tiene que mirar al cielo y fijarse en alguna de las innumerables estelas blancas que dejan los aviones tras sí. Todos los mortales creíamos que estas estelas eran simplemente el rastro de los gases de la combustión o el agua de condensación de los motores de los modernos aviones a reacción, de ahí que este fenómeno es conocido en aviación como contrails, a su vez contracción de las palabras condensation (condensación) y trails (rastros). Pero, según se mantiene desde muchos foros, blogs y páginas web, se trata de productos químicos tóxicos que están sembrando los aviones, según un programa bien planificado para destruir a la Humanidad. El asunto es algo más que un hoax o bulo de los típicos que circulan por Internet. Es una creencia, a veces muy arraigada, que va creando, allá donde emerge, en numerosos puntos de todo el globo, una comunidad de adeptos que ya empieza a manifestarse y reclamar responsabilidades a los Gobiernos.
En efecto, lo que al principio eran temores conspiranoicos sobre las estelas de los aviones, ahora ha ido complicándose cada vez más: se habla de lluvias de polímeros, plan para modificar el clima, contaminación de la cadena alimenticia, control de la explosión demográfica, etc. Las personas convencidas de este plan se duchan inmediatamente después del paso de un avión a gran altura, llamándolo “ducha preventiva”. En este contexto, los ecologistas, que mostramos una visión escéptica respecto de estas cuestiones, somos considerados como parte del “sistema” conspiratorio: luchamos contra las cosas en que “ellos” quieren que nos fijemos, y no en lo que es el auténtico veneno de la Humanidad.
Las estelas de los aviones
Es ampliamente conocido el hecho de que los motores de los aviones a reacción despiden unos gases (dióxido de carbono, vapor de agua) que quedan fijados, a modo de estela o rastro de condensación en la atmósfera, durante un tiempo variable. En este sentido, la supuesta diferencia entre chemtrails y contrails, basada en que los primeros “duran más”, no se sostiene ante la física de la formación de estelas, según la cual, la duración y anchura depende de las condiciones atmosféricas existentes en el lugar en que se produce y no de la liberación de sustancias químicas adicionales.
Para algunos, una prueba del plan es la multitud de estelas que a veces se divisan. Lógicamente, en lugares de mucho tráfico aéreo estas estelas llegan a ser tan abundantes que forman una auténtica malla. La explicación, desde 1953 por H. Appleman [1] hasta las más recientes de Heymsfield y otros [2], es que estas estelas se producen por la condensación del agua producida por la combustión del queroseno, detrás de los escapes de las turbinas, donde se forman cirros artificiales (estelas de vapor de agua), vórtices que originan pequeños cristales de hielo en una atmósfera húmeda y fría, de unos -57 ºC, y a una presión muy baja, condiciones propias de la altitud a la que vuelan.
Ciertamente, no se oculta que estas estelas pueden afectar a la formación de nubes, y actuar como un forzante radiativo, pero como lo hacen las nubes en general: durante el día reflejan la luz solar por albedo (y por tanto baja la temperatura en la troposfera, el día es más frío) y durante la noche, la misma barrera actúa al contrario, impidiendo que el calor terrestre se evacue al exterior, dando noches más cálidas. Esto se comprobó muy bien cuando se cerró el espacio aéreo de Nueva York tras el atentado de las torres gemelas el día 11 de septiembre, pues al no pasar aviones se produjo localmente el efecto contrario: el día resultó más cálido y la noche más fría, como cuando no hay nubes.
Pero los defensores de la teoría de la conspiración van más allá e introducen dos elementos ajenos a estas consideraciones científicas: a) Las estelas de los aviones no son inocuas sino que contienen productos químicos tóxicos, microbios patógenos como el ébola, la gripe aviar, el sida, nanopartículas, etc. de efectos perniciosos para los seres vivos; y b) Esta siembra de productos obedece a un plan preconcebido para destruir a los seres humanos.
Dejando para luego el asunto de la conspiración, el sistema de dispersión de tóxicos no puede ser más burdo. Un piloto especializado en fumigaciones agrícolas decía al respecto que “si lanzas un producto químico o biológico desde 33.000 pies, simplemente, no llega a su destino, se pierde antes de impactar con el suelo. Nosotros lanzamos insecticida a los campos desde 4 o 5 metros de altura porque a partir de los diez ya se pierde. Utilizamos una cantidad de un cuarto de litro por hectárea, con una disolución de 0,025 gramos de materia activa por litro de aceite mineral, así que imagínate la cantidad que necesitarías para fumigar desde 10.000 metros. Imposible”.
Geoingeniería del mal
Uno de los argumentos más socorridos es que existe un plan cuidadosamente organizado por la Geoingeniería para modificar el clima de la Tierra. La Geoingeniería, cuyo precedente es la provocación de lluvias artificiales sembrando sales en la atmósfera, es básicamente una ingeniería del clima, a escala terrestre y, actualmente, su principal meta es estudiar el cambio climático antropogénico, e idear formas de controlarlo y combatirlo, como mediante la captura y almacenamiento subterráneo de carbono, el aumento del albedo, la modificación de las nubes, el enfriamiento de la estratosfera mediante aerosoles sulfúricos, etc. Actualmente, desde 2010, hay una moratoria de Naciones Unidas para este tipo de experimentos porque se parte del principio de que podrían tener efectos imprevisibles.
Pero la fuente más socorrida es un estudio de investigación de siete oficiales de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, titulado Owning The Weather in 2025 [3], que se publicó en 1996, en el que subrayan cómo los sistemas anti-radar y la formación de nubes por los aviones cisterna permitirían a las fuerzas aeroespaciales de EE UU “poseer el clima” (manipular el clima según su conveniencia) para el año 2025. Es un informe que constata la capacidad de producir cambios atmosféricos por los sistemas asociados a la aviación, pero que se extralimitan de forma inconcebible, y así lo aseguran los científicos que escucharon este informe, al creer que de este modo se puede controlar el clima.
Así pues, una cosa es admitir que la tecnología puede cambiar temporalmente un determinado estado de la atmósfera, y otra cosa muy distinta es concluir que hay una operación orquestada para cambiar el “clima” (no el tiempo atmosférico en un momento determinado). Pero hay que leer los estudios posteriores para advertir que aquello no fue más que una idea (de hecho material desclasificado por la USAF), calificado como una ficción sobre futuros escenarios, con débiles argumentos científicos.
Los defensores de la conspiración por la Geoingeniería suelen usar como la biblia científica un informe de 2010 de P. Vermeeren, de la Delft University of Technology, de 300 páginas, titulado Case Orange [4]. Esta monografía, que se puede adquirir libremente en diversas páginas de internet, viene a ser un compendio de hechos que abundan en el papel que desempeñan los aviones a reacción en la modificación de las condiciones atmosféricas, la mayor parte de los cuales son hechos incuestionables, otros admiten cierta disensión, cuando no son disparates sin paliativos. Pero da igual, lo importante es que estos hechos, según se afirma (sin más prueba que el documento anteriormente citado) conducen a un plan preconcebido del Gobierno de Estados Unidos. De nada sirve que la Administración estadounidense se haya esforzado en explicar que no hay tal propósito, ni conspiración alguna, en folletos como el de la Agencia de Protección del Medio Ambiente [5]. Los conspiranoicos están predispuestos a no creer una sola palabra tranquilizadora.
La lluvia de cabellos de ángel
Uno de los supuestos productos de los chemtrails es un filamento semejante al hilo de seda de una araña. Por su parecido han sido denominados “cabellos de ángel” (angel hairs). Para los amigos de lo oculto y esotérico, estos hilos de seda que a veces se ven llover sobre la tierra, pero que “desaparecen si se intenta cogerlos”, tienen un origen de lo más diverso, incluyendo ovnis, el “ectoplasma” exudado por la propia atmósfera, una forma de maná, etc. Para los partidarios de los chemtrails, estos “cabellos”, son precisamente uno de los productos de las fumigaciones a las que estamos siendo sometidos los seres humanos por los aviones.
Se asegura que este material puede verse caer como una lluvia fina y frecuentemente en la tierra, los arbustos, etc., pero pocos están capacitados para verlo. Es más, para aumentar el mito y evitar con ello cualquier tentativa de esclarecer la composición de esta materia, advierten sobre el extremo peligro de tocarlos porque “son extraordinariamente tóxicos”, obviamente, sin que esta toxicidad se haya demostrado en ninguna parte del mundo. Para redundar en la condición de “siembra tóxica” se afirma que estos filamentos causan ciertas enfermedades cutáneas raras, como la enfermedad de Morguellons, sin que haya un solo estudio epidemiológico que establezca tal relación, atribuyéndose a los angel hairs cualquier dermatitis.
En estas condiciones, no es sorprendente que este fenómeno no se haya podido estudiar científicamente. Incluso las personas que afirman verlo diariamente y lo han fotografiado han sido incapaces de coger una muestra y llevarla a un laboratorio para analizarla, lo cual abunda en el carácter “misterioso” de estos productos. Algunos supuestos análisis (no comprobados) afirman que son “polímeros”, lo cual no nos saca de dudas. De hecho, la mayoría de los científicos son partidarios de atribuirlos a polímeros naturales (ej. hilos de seda de arañas u orugas, a secreciones o fibras de plantas) o artificiales (polímeros sintéticos de la basura). Otras veces pueden ser filamentos metálicos que ocasionalmente, en zonas de maniobras de las fuerzas aéreas, puede verse caer, porque forman parte de los llamados chaffs que eyectan los cazas para engañar a los radares y misiles. Pero estos filamentos son totalmente inofensivos, y por su dispersión ni tan siquiera se les puede relacionar con el aumento de aluminio en el suelo.
Un plan misántropo preconcebido
El aspecto más llamativo de estas teorías catastróficas es la creencia de que los chemtrails constituyen una evidencia “irrefutable” de que un sujeto (que nunca se aclara, pero que se da por sentado que son personas de mucho poder y con claros intereses misántropos) lleva decenas de años ejecutando un plan para destruir la Humanidad mediante irrigación o fumigación de productos químicos y biológicos a los seres humanos desde el aire, con aviones. Se postula que mediante estas técnicas se pretende producir efectos negativos en la salud (como cáncer, leucemia, epidemias, etc.) o incluso sobre el medio ambiente (ej. el cambio climático) de forma intencionada. Se trata de una de las teorías conspiranoicas más llamativas de las muchas que circulan por el mundo, y ahora por Internet.
Pero el asunto más débil es el objetivo de esta conspiración: no existe un consenso entre los seguidores de chemtrails sobre cuáles son los objetivos perseguidos por los conspiradores. Así, según la corriente que consultemos, podemos leer que se tratan de productos químicos para idiotizar y controlar mentalmente a la población, para que acepten sin rechistar un golpe militar en marcha en EE UU que implantará el Nuevo Orden Mundial, entre otros muchos disparates. No obstante, lo más común es que se mezclen sin criterio alguno una y otra intención, sin importar en absoluto que resulte totalmente delirante la planificación de una serie de acciones que pretenden controlar a la población, cambiar el clima del planeta, hacer la guerra química y conseguir aumentar las alergias infantiles, todo como parte del mismo plan. Pero todavía nadie ha sabido explicar, y menos demostrar, que tanto esfuerzo (en realidad chapucero) beneficie a alguien.
Aclaremos las cosas: el que los ecologistas no apoyemos estas ideas conspiranoicas no es por desprecio o desconsideración hacia las personas que las sienten como reales, sino porque nos guiamos por la lógica y la razón, y también por los sentimientos, pero procurando que estos no nos cieguen, por más que ciertos clichés que se dan en nuestra sociedad sigan considerando que somos personas exaltadas, catastrofistas e insensatas. Nuestra posición frente a este tipo de bulos fantasiosos y pseudocientíficos es una prueba de que no es así y espero que los argumentos de este artículo demuestren que los ecologistas no eludimos ningún tipo de asunto que afecte al medio ambiente y la calidad de vida para los seres vivos, incluidos los humanos.
Lo que sí es una verdadera lástima es que toda esta energía conspiranoica no se esté canalizando hacia el problema real con el que se tiene que enfrentar la Humanidad del siglo XXI: el cambio climático. Este sí que es un asunto para preocupar, y mucho, a todas las personas, y que debería hacer que nos involucrásemos en todos los ámbitos, cada cual con su contribución personal, y presionando a las autoridades para que se establezcan los medios necesarios para frenar esta auténtica y real calamidad ambiental.
Notas
[1] Appleman, H. (1953), The formation of exhaust condensation trails by jet aircraft. Bull. Amer. Meteor. Soc., 34: 14-20.
[2] Heymsfield, A.; et al (2010) Contrail microhysics. American Meteorological Society, Abril 2010: 465-472.
[3] House, T.J. et al. (1996), Weather as A Force Multiplier. Owning The Weather in 2025. A Research Paper, United States Air Forces, 44 pp.
[4] Vermeeren, P. (2010), Case Orange. Contrail Science, its impact on Climate and Weather Manipulation Programs Conducted by the United States and its Allies. Belfort Group, Hoiwege, Evergem Belgium, 300 pp.
[5] EPA (2000), Aircraft Contrails Factsheet. United States Environmental Protection Agency.
Fuente: Rafael Yus Ramos, GENA-Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 82 - Se permitió publicar citando la fuente. Licencia CC BY 2.5 ES.
Fotografías de Paolo Margari, WhiteIron y Mikel Agirregabiria, en Flickr, bajo licencias Creative Commons (CC BY-NC-ND 2.0)
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