(por Dawn Chatty y Troy Sternberg, vía FMR) Omán y Mongolia son un reflejo de los retos climáticos y sociales modernos de los medios de vida propios de los trashumantes.
Hace mucho tiempo que la trashumancia móvil o nómada supone una forma de vida sostenible en diversos tipos de países debido a la capacidad de los pastores de trasladarse de un lugar a otro y de gestionar los riesgos de los paisajes marginales donde los animales domesticados convierten de manera eficiente la productividad ecológica en sustento. Sin embargo, la trashumancia está hoy día gravemente afectada por nuevas fuerzas ambientales y sociales ejemplificadas por el cambio climático y por políticas gubernamentales que restringen el movimiento entre otras prácticas.
Los Gobiernos de Omán y Mongolia fomentan los asentamientos o prestan un apoyo limitado a los estilos de vida basados en la movilidad mientras favorecen fiscalmente a las industrias extractivas. Al mismo tiempo, el cambio climático afecta a la calidad de los pastos y de los recursos hídricos y perturba el paisaje rural. Por si fuera poco, la actividad minera y la extracción de recursos a gran escala compiten por las tierras habitadas por los trashumantes y llegan a reconfigurarlas, lo que cambia el tipo de uso que se da a las tierras al mismo tiempo que la creciente sequía, el frío extremo, las tormentas y una reducida disponibilidad de vegetación para alimentar al ganado afectan a las posibilidades de ganarse la vida mediante los animales.
El cambio climático afecta mucho a los trashumantes que siguen un estilo de vida ambientalmente dependiente. En lugares demasiado cálidos o fríos el poder conseguir el forraje adecuado para criar a los animales se convierte en un reto endémico. Los cambios en los patrones meteorológicos, el carácter estacional de las precipitaciones y la recarga de las fuentes de agua subterráneas afectan necesariamente a la viabilidad del pastoreo. En Omán, el aumento anual de la temperatura de 0,6°C y la disminución de las precipitaciones en un 21% durante el período comprendido entre 1990 y 2008 han intensificado la escasez de agua y han aumentado la evapotranspiración en la zona agrícola del interior del país, lo que ha dado lugar a episodios catastróficos de tormentas y a una reducción de la productividad ecológica. La infraestructura relacionada con la industria extractiva también ha restringido el movimiento y el acceso al agua de este colectivo. Mongolia entretanto ha sufrido un calentamiento de 2°C desde 1940, además de sequías recurrentes, cambios en las precipitaciones y en la estacionalidad y una reducción de las fuentes de agua. Los efectos negativos de un clima cambiante se concretan en la pobreza rural y el éxodo hacia las ciudades.
Pasan los años y una región goza de lluvias mientras que otra región vecina no. Debido a la escasez y variabilidad de las precipitaciones es necesario disponer de amplias zonas que sirvan de respaldo para las relativamente pequeñas poblaciones ganaderas. Es inevitable que la mayoría de las zonas se infrautilicen debido a la sequía local. La industria petrolera extractiva en Omán opera en gran medida en estos mismos desiertos hiperáridos, lo que origina graves retos para la capacidad de recuperación de las comunidades trashumantes y genera un grado de vulnerabilidad sustancial entre estos colectivos sociales. Lo que para una persona que no es trashumante puede parecer un terreno sin utilizar, en Omán y en Mongolia es sin embargo una parte importante de la economía pastoral general y de los sistemas de tenencia de tierras.
Mientras que en Mongolia la principal fuente de ingresos sigue siendo la producción pastoral por encima del trabajo asalariado, en Omán los salarios contribuyen más al hogar que la venta de animales o de productos de origen animal, pero la mayor parte se canalizan hacia la manutención de su ganado. En Mongolia, las políticas que fomentan la minería perjudican a los trashumantes reduciendo su acceso a los pastos y limitando los derechos y el empoderamiento de este colectivo. La lucha actual por la creación de leyes mineras equitativas que beneficien a la población y preserven las costumbres sociales a la vez que crean nuevos flujos de recursos sigue esperando resultados. En Omán, el papel del trabajo y el largo legado de la discriminación laboral en contra de los pastores genera escepticismo en torno al tema de las operaciones extractivas. Estos factores aumentan la vulnerabilidad ante las dinámicas climáticas y dan lugar a cambios sociales.
Cuando los sistemas consuetudinarios físicos y sociales se ven afectados por el clima o por la gobernanza, los pastores pueden convertirse en "migrantes medioambientales" impelidos a migrar fuera de sus territorios de origen, un proceso que suele obligarles a abandonar su modo de vida trashumante. Hubo un tiempo en que este desplazamiento podía haber resultado en su traslado a través de las fronteras. Hoy, las fronteras fijas, las barreras y las políticas restringen la migración entre países. Esto suele reconducir a los pastores hacia ciudades y núcleos urbanos en los que sus competencias agrícolas y ganaderas valen para poco.
El cambio climático multiplicará las amenazas para aquellos trashumantes que ‒sobre todo a nivel financiero‒ tengan menor capacidad para adaptarse a las amenazas climáticas, sobre todo en la sequía en Omán y el frío extremo en Mongolia (a menudo combinado con sequía). En ambas regiones estos factores instigan el éxodo hacia las ciudades y núcleos urbanos, lo que tiene consecuencias devastadoras para los trashumantes
Dawn Chatty dawn.chatty@qeh.ox.ac.uk es Catedrática en el Centro de Estudios sobre Refugiados en la Universidad de Oxford www.rsc.ox.ac.uk y Troy Sternberg troy.sternberg@geog.ox.ac.uk es investigador en el Centro por el medio ambiente de la Universidad de Oxford. www.geog.ox.ac.uk
Fuente: FMR online. Reproducido bajo licencia Creative Commons BY-NC-ND
Fotografía de Wikipedia, por Carsten Nebel (cc)
Comenta en Facebook