Por Federico José Caeiro (h.), Argentina - Pronto el frío se irá y con él disminuirá la presencia de la influenza A (H1N1), más conocida como gripe porcina, que ha dejado centenares de muertos en nuestro país y fue objeto de sistemático manoseo por parte del gobierno –por arte de magia se pasó de 1.500 casos un par de días antes a 100.000 casos un par de días después de las elecciones y hoy nadie sabe con exactitud el número de fallecidos–.
El calor vendrá y con él volverá un recrudecimiento del dengue. Y volverá también a hacerse palpable la escasa preparación del sistema de salud argentino para combatirlo.
El dengue es una enfermedad propia de climas tropicales relacionada con la ausencia de políticas públicas, la crónica falta de planificación territorial e inversión y la desigualdad social –el dengue sí es una enfermedad vinculada con la pobreza extrema mal que le pese al ex presidente Kirchner–. Y también con el cambio climático.
El cambio climático es un fenómeno global (transfronterizo y transgeneracional). Son alteraciones de los ciclos climáticos naturales del planeta por efecto de la actividad humana, especialmente las actividades industriales intensivas, la agricultura insustentable, la deforestación y la quema masiva de combustibles fósiles, con efectos importantes en la salud humana, el ambiente y la economía.
La ciencia está generando conocimiento a un ritmo cada vez más veloz. En la reunión de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático que se realizó en Bonn, Alemania, a principios de año se tomó nota de la conclusión que los efectos negativos asociados al calentamiento global se desarrollan a mayor velocidad de lo previsto. El contraste con la lenta comprensión del proceso por parte de los gobiernos en la toma de decisiones para mitigarlo y adaptarse a sus impactos, es alarmante.
Debido a su extrema complejidad, resulta difícil anticipar con precisión la forma e intensidad con la que éste problema nos está afectando. Además del aumento en la frecuencia y violencia de fenómenos meteorológicos extremos como sequías, tormentas tropicales, tornados, inundaciones, etc., entre muchos de los impactos desfavorables que ya ocurren, se espera una extensión de la tropicalización, tanto hacia el sur como hacia el norte, con la consecuente expansión de vectores de enfermedades tropicales a regiones donde actualmente no existen o habían sido eliminadas en el pasado. Tal es el caso del dengue, la malaria, la fiebre amarilla, o el Chagas, entre otras enfermedades transmitidas por vectores. Una muestra clara de como cuestiones globales afectarán localmente en otras zonas.
Ante la posibilidad concreta que vastas zonas del centro y norte de nuestro país se tropicalicen favoreciendo la aparición de éstas y otras enfermedades, se hace imprescindible integrar transversalmente las políticas ambientales en la formulación de las políticas sociales, productivas, económicas y de desarrollo. El cuidado de la población y del ambiente no funciona eficientemente cuando se lo aplica parcialmente o como un agregado tardío a decisiones adoptadas sin haber tenido en cuenta desde el comienzo de las discusiones los diversos factores ambientales. El cambio climático es la consecuencia ejemplificadora de esto.
Se requiere un profundo cambio, no sólo en la conducta de los ciudadanos en forma individual, sino también en los responsables de la toma de decisiones. En vez de llevar a cabo políticas reactivas ante las epidemias –que sólo tratan de apagar los incendios cuando ya los cambios están instalados, con gran perdida de recursos y costosas consecuencias a corto y largo plazo–, se debiera trabajar sostenidamente en políticas de desarrollo sustentable, programas integrados de ambiente y salud, y en la prevención de los desastres naturales que afectan a toda la población, no sólo en nuestro país sino en la región.
En Italia, el científico Giampaolo Giuliani que había previsto el devastador terremoto que ocasionó cientos de víctimas en la zona de LAquila meses atrás fue acusado de alarmista.
Por estas latitudes, a los científicos y expertos que vienen alertando sobre las consecuencias del cambio climático se los mira con escepticismo. Esto ya había sido alertado en la 10ª Sesión Conferencia de las Partes (COP 10) que se realizó en Buenos Aires en 2004 y en el IV Informe de Evaluación del IPCC (Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático) en 2007. Sumado a esto, tal lo informó oportunamente La Nación: “El Ministerio de Salud había recibido fuertes advertencias sobre sus carencias para enfrentar epidemias antes de que el dengue se extendiera por todo el país”, en noviembre del año pasado, la Sindicatura General de la Nación (SIGEN) presentó un informe en el que marcó fallas estructurales del sistema sanitario argentino. Y uno de los problemas es "el control y tratamiento de enfermedades transmisibles por vectores". Se determinó en ese trabajo la falta insumos disponibles ante las necesidades de control de endemias, normas de procedimientos y datos para hacer frente a enfermedades riesgosas.
La falta de planificación es una falla estructural que el Estado exhibe ante cada emergencia. Cincuenta años atrás, luego de agresivo programa sanitario, el mosquito del dengue se logró erradicar. Con decisión política este objetivo puede ser alcanzado nuevamente.
El dengue ha dejado y dejará a su paso muertes que se podrían haber evitado. Esperemos que estas muertes, que no son producto de la casualidad ni de la mala suerte, hagan reflexionar –y actuar– a los funcionarios responsables de todas las áreas involucradas.
Fuente: cortesía de Federico José Caeiro (h.), ensayista, autor de ¿Etica? Ambiental. Caeiro fue director general de la comisiones de Ecología y de Relaciones Interjurisdiccionales de la Legislatura porteña (Buenos Aires, Argentina) y director general de la Reserva Ecológica costanera Sur.
Foto: de la galería de aka_lusi en Flickr (cc)
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