Les comparto una interesante nota de Daniel Galvalizi en Opinión Sur Jóven:
Lejos de las grandes organizaciones ambientalistas, muchas personas deciden aportar su granito de arena en pequeñas acciones de la vida cotidiana para cuidar al medioambiente: no lavarse los dientes con la canilla abierta, imprimir gastando la menor cantidad de papel, disminuir el uso de gas de cocina… Vegetarianos, recicladores y gente que hace difusión entre su círculo íntimo son algunos de los protagonistas de esta nota. Muchas veces escuchamos eslóganes que dicen que los pequeños esfuerzos individuales son los que motorizan los verdaderos cambios.
Esta transformación gradualista e individual es expuesta como la manera que tienen los ciudadanos no organizados de crear alguna diferencia para el bien común de la sociedad. A veces pueden sonar como frases hechas y comunes, pero la realidad suele darles la razón a los promotores del pequeño y constante esfuerzo inorgánico.
Que las partes hacen al todo no es novedad. Pero que las partes pueden transformar la realidad en un mismo sentido, a pesar de la distancia, es algo característico de la era global. Conocemos muchas organizaciones ambientalistas que buscan reclutar militantes para luchar por el ecosistema.
Sin embargo, en una etapa histórica donde para ser concientizado no hace falta acudir a un aula, esas mismas agrupaciones saben que los objetivos se alcanzarán más rápido si calan hondo en la mente de la gente que no milita ni estudia cuestiones medioambientales pero que con mínimas rutinas puede generar un cambio.
Esta vez, nos corremos de los grandes problemas que acosan al medio ambiente y queremos contar algunos testimonios de gente que, sin estridencias y con diferentes profesiones y vidas, se dedican a pequeñas acciones que, sumadas, ayudan a cuidar el planeta.
"Yo, vegetariana, creo que mi mayor aporte para proteger al medioambiente es elegir una alimentación vegetariana. Primero que nada, es una elección de vida, porque, para mí, alimentarse de algo que previamente tuvo vida no tiene sentido”, cuenta Gimena Sánchez (33 años), contadora pública, trabajadora bancaria y próxima a recibirse de instructora de yoga. Ella tiene como fundamental argumento para su vegetarianismo algo que pocos conocen: “La cría intensiva de ganado contamina más que la quema de combustibles fósiles, y si los recursos como granos, agua y energía, que se utilizan para alimentar al ganado se destinaran en forma directa a la población, prácticamente nadie moriría de hambre. Creo que ésta es la contribución más importante que cualquiera puede hacer”.
Siguiendo con la cuestión animal, Gimena mantiene una actitud enfática con el respeto de sus derechos y su vida. No consume productos que hayan sido testeados en animales, como cremas y shampoos. “Procter & Gamble y Unilever acaparan el mercado, pero hay otras marcas menos conocidas, quizás para muchos truchas, pero que son más sanas para los animales”.
Además, participó en campañas activas en la defensa de los derechos del animal y dice que siempre que puede -y que haya oídos dispuestos a absorber nueva información- ella intenta concientizar a la gente que la rodea con el cuidado del medio ambiente.
“En general suele ser más fácil encarar temas que tengan que ver con los suelos, la deforestación, etc. Es más difícil hablar del tema alimentación porque la gente que consume carne ignora los impactos de la ganadería intensiva, o cuando se enteran, lo entienden pero ni locos se quedan sin el asadito del domingo”, explica.
Gimena destaca el poder del “boca a boca” a la hora de generar conciencia, y dice que ahora le importa mucho difundir la adopción de animales en lugar de comprarlos. Para ella no tiene sentido que sean de raza ni pagar por ellos habiendo tantos abandonados. También fomenta su castración para evitar la sobrepoblación “cuyo destino va desde lo incierto hasta lo más triste y violento”. ¿Pero cuándo le nació este fervor ecologista? “Fue en tercer grado, cuando la maestra nos explicó en la clase de Ciencias Naturales varios conceptos, como el de ecología. Desde ese día traté de ser cuidadosa y coherente”.
Jorge Santkovsky (51) cuenta que es vegetariano hace 32 años. “Empecé en una época en que la ecología no era tan fashion. Hoy se habla del vínculo entre alimentación vegetariana y el medio ambiente, pero en esos tiempos era bastante raro. Actualmente es usado políticamente y para las empresas es un sello de calidad valorado por el público educado”. Jorge sigue de cerca el tema y sube notas al respecto al Facebook. Una de las últimas cuenta cómo la ciudad de Gante, en Bélgica, inició un programa para seguir una dieta vegetariana un día a la semana con miras a ayudar al ecosistema.
Según los organizadores del programa, el ganado es responsable del 18% de las emisiones de gas invernadero, además de degradar el suelo y fomentar la deforestación. “El gasto de la energía necesaria para la explotación de los animales en forma industrial es una de las causas del agotamiento de los recursos.
Aunque soy estricto en el modo de alimentarme, no soy un fanático. Creo que el problema real es la cría intensiva, que es una consecuencia lógica de un negocio muy rentable”, señala. Además de su militancia vegetariana, Jorge vive de una actividad que a la vez es esencial para los nuevos tiempos de alta tecnología y alarma ecológica: la compra y venta de equipos de informática usados. “Hace ya un tiempo se empezó a considerar a las computadoras viejas como un residuo especial y fue necesario darles un tratamiento diferente”, explica.
También formó una empresa donde se dedica a la reutilización y reciclado de equipos eléctricos y electrónicos a través de Rezagos , una firma registrada en la Secretaría de Ambiente de la Nación y en la cartera análoga en la Ciudad de Buenos Aires. Por eso, prefiere llamarse a sí mismo “operador ambiental”. “Muchas veces hay organizaciones que ofrecen servicios ambientales pero que no se someten a la autoridad de aplicación y nadie garantiza sus procesos”.
Jorge participó de campañas ambientales donde colaboró con entidades intermedias para reducir el impacto de los residuos electrónicos en el ecosistema, evitando que esas toneladas vayan al basurero, algo innecesario cuando está la posibilidad de darle valor. “Como contraprestación de lo que recibimos donamos computadoras a entidades de bien público. Esto no lo tomamos como negocio, pero se convirtió en una de las actividades más agradables”, comenta.
Tomar conciencia “Últimamente, la concientización sobre algunos temas ambientales fue creciendo en la opinión pública. Pero creo que no está todavía en el punto necesario para que ese conocimiento pase a un reclamo concreto hacia las autoridades y empresas para hacer los cambios que hacen falta”, opina Hernán Nadal, coordinador de medios de Greenpeace Argentina. Nadal cree que la gente tiene más conocimiento sobre el tema, en parte porque la situación del planeta se ha agravado. “Hay cosas que denunciábamos hace 20 años y se negaban, pero hoy ya son reconocidas por todos”, argumenta.
Facundo Gabari (26), estudiante universitario, sabe a lo que Nadal se refiere. No porque lo conozca o tenga tareas similares, sino porque muchas veces fue parte de esos concientizadores gratuitos que sólo por buenos samaritanos buscan generar un cambio en la mentalidad de la gente. “Como miembro de un grupo de boys scouts colaboró con la naturaleza. Participé de varias campañas de concientización. La primera que recuerdo fue en 1994, cuando salimos varias veces por la calle a recortar sogas que colgaban de los árboles, por los pasacalles y carteles publicitarios. A la vez, entregábamos folletos para que la gente entienda que el medio ambiente es un problema que nos afecta a todos”, cuenta.
Facundo y sus compañeros realizaron varias campañas, entre ellas ir a plazas públicas a recoger basura durante el fin de semana en horario diurno, para que las personas que estuvieran ahí tirando desechos pudiesen apreciar que, con un poco de esfuerzo, el lugar es más lindo y limpio para todos.
Sin embargo, hubo una de todas esas acciones que lo marcó de manera diferente: “La más importante en la que participé fue en España en 2003, cuando se hundió el Prestige en la costa de Galicia. Ese año fuimos invitados a formar parte de un equipo de emergencias para recoger el petróleo de las playas. Al mismo tiempo hacíamos una campaña vial para que la gente se acercara a colaborar. Estuvimos 15 días levantando petróleo y limpiando playas. Creo que fue una de las mejores experiencias de mi vida”, cuenta.
Con el grupo scout, Facundo también enseña a chicos de 14 años sobre las posibilidades y beneficios de reutilizar materiales, cómo reciclar papel y se explica la importancia del ahorro y la potabilización del agua. “Y una vez hicimos un taller de energía solar: en un campamento los chicos estuvieron cocinando en paneles solares”.
Concientizar, de la manera que sea, muchas veces rinde sus frutos. Por eso, Pablo Tortorella (27) ingeniero en informática, insiste en su lugar de trabajo (una compañía de software) en implementar mejoras para ayudar al medio ambiente. Según dice, del debate con los compañeros, surgieron varias cosas positivas. “Pusimos carteles en los baños para cuidar el agua al lavar, lanzamos una campaña que se llamó ‘Ayudemos a ayudar’, en la que juntamos papel sin uso y tapitas de botellas de plástico para el hospital Garrahan, con fin solidario y ecológico a la vez”, comenta.
Además, asegura que cuida los detalles más básicos, como jamás tirar un papel a la calle hasta conseguir un tacho o lavarse los dientes abriendo la canilla sólo al momento de enjuagarse; y por supuesto –algo que ya es un clásico entre muchos jóvenes sondeados para esta nota- evitar imprimir papel lo máximo que se puede, borrando las partes que se sabe que no va a leer.
Como se ve, no hace falta trabajar en el Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) para hacer un aporte diario al cuidado del planeta. Aunque cada vez haya más gente que encuentre en esto su vocación y quiera unirse a grandes organizaciones. “Existe un interés mayor en esto. Se observa también el crecimiento que tienen las ONGs porque el Estado no resuelve muchos temas que son abarcados por estas agrupaciones. La gente encuentra así un lugar interesante de participación”, opina Nadal.
La realidad de la Tierra nos exige no sólo un poco más de conciencia en los problemas ambientales, sino pasar del estado de alerta a la acción. Por mínima que ésta sea. Aunque te esfuerces en usar tan sólo un vaso de plástico todo el día, en equipar tu casa con lámparas de bajo consumo, en rechazar el uso del oro y la plata como objeto suntuoso, etc. Son miles de pequeñas cosas que, más allá del lugar común, pudimos ver que suman al todo.
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